miércoles, 16 de diciembre de 2009
De un amor platónico
Me conformo con poco. Escuchar su voz de tanto en tanto, tener noticias suyas a través de un amigo, leer sus correos electrónicos del trabajo, incluso los más impersonales… Simplemente con saber que sigue ahí, en el otro lado de no se sabe bien qué extraño hilo, consigo sonreír cada mañana. Sí, realmente me conformo con bien poco. Pero ese poco, me hace falta como la vida.
El mío es un amor platónico. Sé que nunca habrá nada más entre nosotros, pero para mí es suficiente. Él es mi jefe. Los dos casados. Los dos con hijos. No hay crisis de por medio en nuestros matrimonios. No hay ningún motivo aparente para que me haya ocurrido esto a mí. Simplemente ha ocurrido. Y no puedo hacer nada para evitarlo.
De hecho, desde un tiempo a esta parte, es precisamente esta pequeña chispa la que me mantiene viva la ilusión, la que me anima los lunes y me empuja a luchas por ser cada día un poco mejor, por crecer como profesional y como persona. ¿Hago con esto daño a alguien? Sinceramente, yo creo que no.
Sé que en esto que siento hay mucho de admiración; sé también que probablemente le estoy idealizando, pero no me preocupa lo más mínimo. Creo que puedo llegar a ser feliz con este poquito de ilusión diaria, aunque sea una mentira. Pero es mi mentira, y me gusta. Por una vez puedo ser un personaje de mi propia novela. Y me siento a gusto en esa piel.
Aunque el precio sea vivir con este vértigo en el estómago, con esa sensación de constante derrota, y a veces, como hoy, con una enorme tristeza.
Qué sentimientos tan contradictorios. Ilusión y tristeza en la misma mirada. Ahora arriba, enseguida abajo, y un torbellino de emociones entre tanto, sin contar con las noches en vela, que también pasan factura, y no sólo en forma de ojeras.
A veces pongo en lista todas las circunstancias que nos separan –que paradójicamente son casi las mismas que nos unen- las que hacen de esta historia un imposible, y noto como se me desmorona el mundo alrededor, y todo deja de cobrar sentido. Él es el mejor jefe que haya tenido nunca, y no quiero dejar de aprender a su lado. Nunca haría nada que pusiese en peligro este privilegio. Por eso nuestra historia seguirá siendo imposible.
Pero a veces me cuesta mantener la cabeza fría… A veces me duele este fracaso, este saber de antemano que la batalla está perdida. O tal vez ganada, según se mire, porque en los últimos meses, si soy sincera conmigo misma, he sumado mucho más de lo que he perdido.
Tengo un motivo para levantarme por las mañanas. Una simple frase de afecto por su parte, una sonrisa, me iluminan la semana entera y me avivan la llama un poquito más; esa llama que ya creí que nunca más se encendería, que se había consumido para siempre.
A veces me pregunto qué pensará él de mí. Si imagina lo que siento, y si lo sabe, si le preocupa o le halaga. A veces creo ver cosas donde no las hay, señales que me cuentan justo lo que estoy deseando escuchar.
Pero otras veces, aterrizo en la realidad y me doy cuenta de que apenas tengo nada. Sólo mi imaginación y un sentimiento tan fuerte que a duras penas consigo frenar.
Que no es poco, por otra parte.
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